miércoles, 26 de febrero de 2025

8. Felipe-Salida-Casa

 

Cuando salió Felipe, de la casa compartida donde vivía desde hacía ya más de 15 años, recién pasado el mediodía, Arturo no había llamado para confirmar la cita. Entonces se dijo que bien podría atender otro asunto. Prometió, otra vez, no olvidar ponerle grafito a la cerradura del portón, para que abriera fácilmente, evitando que cualquier día, no pudiese entrar. Como la puerta era de lámina metálica y estaba mirando al sur, el sol del mediodía y de la tarde la expandía apretándola contra su marco, y, por tanto, para entrar, después de lograr girar la llave, había que darle un buen empujón con el hombro.

En la calle recién embaldosada con concreto estampado, el sol desde un cielo claro, rociaba con su aerosol de visos dorados los cerros de la Aguadora siempre verdes y animados; los edificios de amplios apartamentos de pocos pisos que parecían metidos en un bosque protector; las fachadas de las casas, la mayoría blanquecinas, de máximo dos pisos; y, la buganvilla fucsia, frondosa y florida, frente a la sobreviviente tienda tradicional, de la vecina de al lado.

Le agradaba mirar también la casa despercudida con tejas de barro y antejardín, donde funcionaba un restaurante. La vía tenía un leve declive hacia poniente. En realidad, como había comentado Arturo, la última vez que había ido a visitarlo, para un final de año, era una calle bonita. Y sí, en la primera esquina, el otro blanco de la fachada del restaurante de tres plantas con ventanas de madera azul índigo, cachuchas de lona acebrada y faroles metálicos; las casas, con materas; algunos patios con grandes árboles refrescando el ambiente; y, los locales con terrazas pequeñas cercadas por enredaderas de flores lila. En fin, una variedad gentil, que, en efecto, la vista y los pasos agradecen. La ciudad pareciera estar mejorando, tal vez porque el país se civiliza, empieza a salir del oscurantismo, de la corrupción, se educa y se moderniza.

 

Ahora el divertimento es casi ubicuo. Felipe, ingresa a la recién remodelada Plaza Fundacional, tranquila como un remanso que invita a sentarse a la sombra de los frondosos urapanes para contemplar el contorno. La casona, de estilo colonial, de la Alcaldía, con sus pilares de madera, sosteniendo con gracia el alar de teja de barro, su torre de segunda planta inmaculada, amplia, con sus ventanas verde oscuro, también entejada, y erguida, haciendo juego casual con el espigado farol metálico de la calle; los bien dispuestos y llamativos restaurantes; los cafés con encanto de café y biscochos; el par de edificios de cinco pisos de apartamentos; la iglesia, de atrio enlajado, fachada de piedra cruda, torre blanca con columnatas y cúpula anaranjada, con altares ahojillados y pinturas de Arce y Ceballos; la antigua y vacía Escuela Pública de corte republicano, hasta ahora sin restaurar, a la que Felipe le auguraba un destino feliz de Centro Artístico Comunitario. Sí, bien podría quedarse recorriendo el barrio y sus agraciados locales, el resto del día. Pero no, el destino, hoy, es otro. Había que buscar a Pablo, que en realidad se llamaba Jacinto, pero que como se parecía mucho a una conocida foto del legendario pintor español. A propósito, ya había considerado la escena sobre el parque Guernica en Teusaquillo. ¿Dónde estarían esas notas? Si no las conseguía, doble trabajo, pero, lo mejor es lo que toca. Ya se vería cómo pintaba eso.

 

Bajó por la calle de la escuela, entró a la papelería de las gemelas y recargó la tarjeta de pasajes. Viendo algunos clientes que tecleaban con premura en los computadores del local, se alegró de haber subido, la noche anterior, todas sus notas nuevas al blog. Salió pensando que era bueno seguir apuntando ideas, manualmente, en la libreta azul para luego mejorarlas y guardarlas en la nube de internet. En la esquina, una señora prematuramente encanecida, con su pequeña nieta de la mano, ofrecía, encendedores y bolsas para la basura, a los conductores de los vehículos que aguardaban el verde del semáforo.

Cruzó la avenida, y como el autobús rojo estaba ya haciendo la U reglamentaria, corrió hacia el paradero, frente a la clínica privada. Tuvo suerte porque había unas cuantas personas esperando y por lo tanto alcanzó a llegar, para abordarlo.

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