Cuando salió Felipe, de la casa compartida donde
vivía desde hacía ya más de 15 años, recién pasado el mediodía, Arturo no había
llamado para confirmar la cita. Entonces se dijo que bien podría atender otro
asunto. Prometió, otra vez, no olvidar ponerle grafito a la cerradura del
portón, para que abriera fácilmente, evitando que cualquier día, no pudiese
entrar. Como la puerta era de lámina metálica y estaba mirando al sur, el sol
del mediodía y de la tarde la expandía apretándola contra su marco, y, por
tanto, para entrar, después de lograr girar la llave, había que darle un buen
empujón con el hombro.
En la calle recién embaldosada con concreto
estampado, el sol desde un cielo claro, rociaba con su aerosol de visos dorados
los cerros de la Aguadora siempre verdes y animados; los edificios de amplios apartamentos
de pocos pisos que parecían metidos en un bosque protector; las fachadas de las
casas, la mayoría blanquecinas, de máximo dos pisos; y, la buganvilla fucsia,
frondosa y florida, frente a la sobreviviente tienda tradicional, de la vecina
de al lado.
Le agradaba mirar también la casa despercudida con tejas de barro y
antejardín, donde funcionaba un restaurante. La vía tenía un leve declive hacia
poniente. En realidad, como había comentado Arturo, la última vez que había ido
a visitarlo, para un final de año, era una calle bonita. Y sí, en la primera esquina, el otro blanco de la fachada del restaurante de
tres plantas con ventanas de madera azul índigo, cachuchas de lona acebrada y
faroles metálicos; las casas, con materas; algunos patios con grandes árboles
refrescando el ambiente; y, los locales con terrazas pequeñas cercadas por
enredaderas de flores lila. En fin, una variedad gentil, que, en efecto, la vista
y los pasos agradecen. La ciudad pareciera estar mejorando, tal vez porque el
país se civiliza, empieza a salir del oscurantismo, de la corrupción, se educa
y se moderniza.
Ahora el
divertimento es casi ubicuo. Felipe, ingresa a la recién remodelada Plaza
Fundacional, tranquila como un remanso que invita a sentarse a la sombra de los
frondosos urapanes para contemplar el contorno. La casona, de estilo colonial,
de la Alcaldía, con sus pilares de madera, sosteniendo con gracia el alar de
teja de barro, su torre de segunda planta inmaculada, amplia, con sus ventanas
verde oscuro, también entejada, y erguida, haciendo juego casual con el
espigado farol metálico de la calle; los bien dispuestos y llamativos restaurantes;
los cafés con encanto de café y biscochos; el par de edificios de cinco pisos
de apartamentos; la iglesia, de atrio enlajado, fachada de piedra cruda, torre
blanca con columnatas y cúpula anaranjada, con altares ahojillados y pinturas
de Arce y Ceballos; la antigua y vacía Escuela Pública de corte republicano, hasta
ahora sin restaurar, a la que Felipe le auguraba un destino feliz de Centro
Artístico Comunitario. Sí, bien podría quedarse recorriendo el barrio y sus
agraciados locales, el resto del día. Pero no, el destino, hoy, es otro. Había
que buscar a Pablo, que en realidad se llamaba Jacinto, pero que como se
parecía mucho a una conocida foto del legendario pintor español. A propósito,
ya había considerado la escena sobre el parque Guernica en Teusaquillo. ¿Dónde estarían
esas notas? Si no las conseguía, doble trabajo, pero, lo mejor es lo que
toca. Ya se vería cómo pintaba eso.
Bajó por la calle
de la escuela, entró a la papelería de las gemelas y recargó la tarjeta de
pasajes. Viendo algunos clientes que tecleaban con premura en los computadores
del local, se alegró de haber subido, la noche anterior, todas sus notas nuevas
al blog. Salió pensando que era bueno seguir apuntando ideas, manualmente, en
la libreta azul para luego mejorarlas y guardarlas en la nube de internet. En
la esquina, una señora prematuramente encanecida, con su pequeña nieta de la
mano, ofrecía, encendedores y bolsas para la basura, a los conductores de los
vehículos que aguardaban el verde del semáforo.
Cruzó la avenida,
y como el autobús rojo estaba ya haciendo la U reglamentaria, corrió hacia el
paradero, frente a la clínica privada. Tuvo suerte porque había unas cuantas personas
esperando y por lo tanto alcanzó a llegar, para abordarlo.
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