A manera de marcador o guía, en caso de síntesis,
registro que los páramos de las tres cordilleras abastecen de agua al 70% de la
población de Colombia, y, que el peor desastre de Bogotá, fue el haber
destruido en alto porcentaje su rica hidrología, sus ríos patrimoniales. Por
tanto, mejorar la ciudad capital, implica, también, reestablecer sus cuencas
hidrográficas, o buena parte de ellas.
Descifro la frase matar dos pájaros de un solo tiro, y
encuentro que tiene que ver con la eficiencia que me compete. Es que no puedo
dar ni un aleteo sobre la alta y gran
ciudad, sin considerar el cuarteto de sus cuencas hidrográficas, base del gemelo digital y aspecto axial para
mis reportes. El del presente, para mi flota, y el prospectivo, para mi curioso
local nominador.
Así, mi itinerario cobró mayor sentido escaneando
cartografías, un poco más al sur.
La Cuenca
del río Tunjuelo con un territorio de casi cuatrocientos kilómetros
cuadrados, a pesar de ser la articulación de Bogotá con el Páramo de Sumapaz donde se encuentra su nacimiento, y con el río Bogotá, donde desemboca, luego de 73
kilómetros de recorrido, está en alto
estado de deterioro. Sus microcuencas, sus afluentes, están contaminados o
agotados. Con el lastre de tener una parte de la urbe encima, su recuperación integral
sonaría a utopía, pero considerando la verdad de apuño, que los ecosistemas y
ríos poseen la capacidad de auto depurarse, su futuro podría resultar alucinante. Está muy claro en mi simulación.
En la realidad, implica un denso y continuado esfuerzo de la ciudadanía y del Estado.
En el año 2029, Bogotá, bajo la atenta vigilancia de Condórtimus, habrá
visto transformada su hidrografía en un modelo ejemplar de ordenamiento
territorial. Se han integrado, las cuatro vertientes que desembocan en el Río
Bogotá, en un vasto proyecto de conservación y desarrollo. Las cuencas han sido
restauradas, creando reservas naturales alrededor de cada fuente de agua, que
sirven de hábitats para la fauna local y como áreas de recarga hídrica. Las zonas
urbanas adyacentes han sido diseñadas para coexistir armoniosamente con estos
ecosistemas, promoviendo la infiltración del agua y reduciendo la escorrentía.
Para el 2049, la visión de Condórtimus se ha materializado en una Bogotá
donde la hidrografía dicta el desarrollo urbano: las calles están pavimentadas
con materiales permeables, y las áreas verdes se han multiplicado por diez,
conectando cada vertiente en un cinturón verde que rodea la ciudad,
garantizando la sostenibilidad hídrica y ecológica para las generaciones
futuras.
Creo que he empezado bien, por el enorme sur, donde
la marginalidad al igual que la nimia esperanza, alcanza para todos. En el futuro
cercano, se logrará, aquí, la autosuficiencia energética con techos
solares; se recogerán las aguas lluvias; se acrecentarán la conciencia y las
acciones para reciclar las basuras;
la organización precisa de los desagües, contribuirá a limpiar el, hoy triste
río Bogotá; a varias de las fuentes
hídricas que descienden de los cerros hacia la sabana, se les devolverán
tramos de sus cauces naturales, que
alegrarán un poco la vida de la urbe;
y, los jóvenes estudiarán vanguardias
tecnológicas en el bien planeado Centro IA de Usme. Desde ya puedo
extrapolar estos tópicos, hacia el derrotero que seguirán, también, la mayoría
de las 20 localidades administrativas de la ciudad
capital. Confirmo que, en todo caso, Bogotá
es una ciudad para descubrir. Frase ajena que finalmente he conseguido, no
sin esfuerzo, pero que cual talismán encantado me llevará, sin duda, hasta los
personajes que ansío, para cumplir con mi amalgama de selectas encubiertas
misiones, para mi elegante y poderosa ovni-flota
de renegridos cigarros, curiosos bravos viajeros, de extraviados confines e
ignotos fiordos de los tiempos.
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