Continúo a digna velocidad de ave rapaz, carroñera
sobre la ruta lineal de los contaminantes
buses rojos. Aterrizo en la Plaza de San Victorino, junto a la escultura metálica La Mariposa, que parece mirar de reojo al
edificio republicano pintado de amarillo colonial, ubicado en diagonal al otro
lado de la amplia plazoleta, en cuyo entorno comercial, se consigue,
literalmente, de todo, a los precios más bajos. Razón por la cual, el sector
siempre acoge a una heterogénea multitud que va y viene desde la madrugada hasta
entrada la noche, en un bullicioso, asincrónico oleaje de compra y venta, al
por mayor y al detal.
Desde luego ya había
continuado con el croquis del sistema medular básico para construir la maqueta.
El Río Fucha, que en lengua Chibcha significa piedra que da agua, era una importante fuente hídrica para los indígenas precolombinos, lugar de ritual
y punto de encuentro. Nace en el Páramo de Cruz Verde, en la reserva natural El
Delirio, arriba al oriente, y con sus afluentes, irrigan las zonas de San
Cristóbal, Antonio Nariño, Restrepo, Puente Aranda, Kennedy y Fontibón, luego
de 26 kilómetros de recorrido. Sus niveles de contaminación son altos y se
espera que el plan de recuperación al 2038, retorne la vitalidad a su cuenca.
La gente de hoy debe revisar
la historia, pues el río ha
significado mucho para la ciudad. Antes de 1950, abastecía de agua a la zona
central y por ello siempre tuvo importancia ecológica y cultural. Tenía una confluencia
de caminos denominada Tres esquinas, donde llegaban las gentes de Fómeque, Ubaque,
Tunjuelo y Soacha. En 1923, en el nordeste rico en humedales, existió un parque
con laguna natural, muy apreciado
para el esparcimiento. Luego del magnicidio
de 1948, fue rellenada con escombros, desecada y posteriormente urbanizada.
El Fucha está lleno de Bogotanismo, destacando el recuerdo de su famoso valle de cantos
rodados, que con otras virtudes permanecerá en sus anales, hasta cuando la
sociedad lo rehabilite, en su imaginario.
Me alegro de
poder reportar esto tan exótico, claro está, cuando el Alto Mando lo solicite.
Si nunca, en algún meandro de mis memorias, lo conservaré con celo, como a un
ciber polluelo digital expandido.
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