Para Condórtimus, recorrer Bogotá, de cabo rabo, se
tornaba en un raro placer que iba rayando en lo adictivo. Incluso a vuelo de
Archaeopteryx del jurásico tardío, pero a velocidades electrónicas, la ciudad emanaba
sorpresas, de variedad inusitada. Gravitaban con diferentes grados de
visibilidad, en plazas de mercado, panaderías de barrio, restaurantes de corrientazos, lechonerías, parques,
vericuetos, metro cable, funicular, tugurios, cartuchos, edificios de apartamentos gigantes, mansiones, albergues
y comedores para habitantes de calle, pisos
caja de fósforos, zonas grafiti, zonas de tolerancia, zonas t, g, u, mercados
artesanales, discotecas, cafés de todas las pelambres, canchas de tejo, complejos
deportivos, salas de conciertos, pasajes, septimazo,
ciclo paseos, centros de felicidad, humedales, jardín botánico, palacios,
capitolio, neoclásica estación de trenes, miradores, observatorios
astronómicos, planetario, museos, teatros, artistas, poetas, galerías, planetario,
cinematecas, escuelas, colegios, academias, campus universitarios, bibliotecas
públicas.
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